04 septiembre 2011

Trabajos hidrológicos forestales tras un incendio

visto en lasprovincias.es

Cometer una imprudencia en una zona forestal puede desembocar en un desastre natural de gravísimas consecuencias. Cuando arde una hectárea de monte muere la biodiversidad, se favorece la desertificación y aumenta el riesgo de deslizamientos al desaparecer la vegetación. Eso cuando no produce daños personales. Además, devolver a su estado anterior una zona arrasada por las llamas es un trabajo que puede durar un par de generaciones. Y que empiecen a notarse los resultados de la regeneración es cuestión de décadas.
Es lo que ha sucedido en el monte Cucalón, en el término municipal de Altura. En 1994, el peor año de incendios forestales en la Comunitat (ardieron 138.404 hectáreas), el fuego también arrasó esta partida de la Serra Calderona. El parque natural es buen ejemplo de las actuaciones de regeneración que impulsa la Administración, un trabajo laborioso y complejo que nunca deja de aumentar. Sirve un dato. Sólo en lo que va de verano, el fuego ha arrasado casi 900 hectáreas de monte en la Comunitat, el doble que en el mismo periodo de 2010. De ahí la importancia de prevenir, y sobre todo, de concienciar ante los riesgos del fuego y sus consecuencias.
En la actualidad, sólo el paseante experto que se adentre en el monte Cucalón detectará que fue pasto de las llamas. Hay cubierta vegetal, coscojas, lentiscos y enebros, y los pinos carrascos ya alcanzan los tres o cuatro metros de altura. La clave está en su porte, que todavía es débil. Son troncos delgados en comparación con los que se pueden observar en zonas no afectadas por el fuego. Y ya han pasado 17 años desde que ardió.
Evaristo Jiménez, ingeniero de montes y jefe de los servicios forestales de la Conselleria de Medio Ambiente en Castellón, explica las actuaciones se que llevaron a cabo para devolverle la vida. «Se optó por la regeneración natural con actuaciones de reordenación. Si se deja crecer sin intervenir, las especies salen indiscriminadamente. Por eso se realiza un trabajo de gestión del monte. Se evita que crezcan árboles demasiado próximos y que compitan por el alimento, ayudando a la regeneración natural», explica. Por ejemplo, se realizaron labores de desbroce para evitar que los pinos quedaran enterrados por el matorral y tratamientos para reintroducir especies autóctonas.
El resultado son parcelas ordenadas, con suficiente espacio entre los ejemplares para propiciar su desarrollo. Si no se actúa, el crecimiento es completamente irregular, y no siempre es bueno. «En las zonas reordenadas resulta más complicado el avance del fuego», añade Idelfonso García, jefe de la comarca forestal de Segorbe.
Aunque en este caso se optó por un actuación de ayuda a la regeneración natural, no siempre se puede dejar hacer a la naturaleza. En 1984, otro incendio forestal afectó al monte de las Boqueras, en el parque natural. La virulencia de las llamas obligó a reintroducir los pinos afectados (Pinus pinaster), para lo que se recurrió al vivero de El Toro. En la actualidad «muchos ya han alcanzado su estado anterior», explica Jiménez.
El trabajo contra el fuego no siempre se basa en actuar en la vegetación. Buena prueba son los diques y bancales construidos en el barranco del Cerezo para evitar los deslizamientos de tierra tras el incendio de 1992. Al no haber árboles, las raíces no fijan el terreno, lo que impide la recuperación. Además de las medidas hidrológico-forestales, se actúa en la conservación de caminos y pistas o en la construcción de depósitos de lluvia contra incendios.
También se experimenta. En Cucalón hay varias parcelas, bien ordenadas, de pinos piñoneros injertados sobre ejemplares de carrasco. La distancia entre los árboles dificulta el avance de las llamas en caso de incendio, y además, se cumple una función productiva: generan piñones. La idea es intentar que los propietarios privados se sumen a estas iniciativas en las áreas sin aprovechamientos.
Jiménez también destaca las intervenciones para mejorar la biodiversidad, consistentes en reintroducir especies autóctonas, como la encina, en zonas de pinar. «Con la gestión del monte realizamos una función protectora, productiva, social y recreativa», sentencia.

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