ANA GARRALDA 21/12/2009
Marruecos se encuentra en una encrucijada. Crecer para salir de la pobreza o luchar contra la desertización, el pastoreo descontrolado y el 'boom' inmobiliario. Intereses legítimos hoy todavía difíciles de conciliar
"Adéntrate en el Sahara", "Descubre las ciudades imperiales" o "Disfruta de 300 días de sol al año". Estos son algunos de los reclamos empleados por las agencias de viaje para captar al turista que busca un destino cercano, asequible y con diversidad de paisajes. Una vez allí, el viajero no tiene más que desviarse unos kilómetros del circuito turístico habitual para descubrir el otro Marruecos, el que diariamente viven cerca de 34 millones de personas. Un país predominantemente agrícola, con más de la mitad de la población menor de 24 años y donde el burro sigue siendo el medio de transporte principal en gran parte de los lugares.
Un territorio vecino que empieza a abrir los ojos y está incluyendo programas de conservación en sus políticas nacionales como fórmula para combatir la pobreza que sufre más del 25% de la población. Hoy día, casi la mitad de los magrebíes subsiste gracias a la agricultura, a pesar del creciente éxodo rural hacia las ciudades. La sobreexplotación de los recursos, la ausencia de una adecuada gestión institucional y la degradación de las condiciones de vida en el campo parecen ser algunas causas de esta huida hacia las urbes. Metrópolis como Marraquech, con un desarrollo urbanístico descontrolado, se ahogan en un hábitat insalubre debido a una gestión ineficaz de las basuras y a la polución del aire, con un parque automovilístico obsoleto y carburantes de mala calidad.
Un crecimiento demográfico que acarrea el cultivo de tierras hasta ahora marginales y la destrucción de parte de la cubierta vegetal para la ganadería extensiva y el pastoreo. "El problema es muy grave. Se abusa del suelo de forma indiscriminada, sin ningún tipo de control", cuenta Nacho Aransay, responsable de SEO/BirdLife en el país magrebí. El investigador asegura que esta práctica descontrolada es la responsable de la progresiva desaparición del mayor alcornocal del mundo, en el bosque de la Mamora -cerca de Rabat-, y de la capa vegetal del parque nacional de Al Hoceima -en el Mediterráneo marroquí-, donde varias ONG españolas y comunidades autónomas desarrollan proyectos de conservación. También están siendo sobreexplotados la encina, el roble, el argán (Argania spinosa) y las palmeras datileras que cubren el oasis de Skoura, en la región del valle del Dadés.
Estas especies, además, compiten con el creciente cultivo en invernadero, frecuente en el Marruecos más meridional, donde se levantan ciudades como Agadir, la Almería de la costa atlántica marroquí. Cultivos como el tomate y el plátano, irrigados con agua bombeada de acuíferos subterráneos. "Eso está provocando el descenso de la capa freática", asegura Lierni Galdós, responsable de medioambiente de la oficina técnica de cooperación de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID) en Rabat.
Una sobreexplotación de los recursos naturales que agudiza el problema de la erosión y la desertización, desprotegiendo el suelo ante las inundaciones cíclicas propias del clima marroquí. "Cada año llueve de forma más irregular. Es el mismo fenómeno que vivimos en Europa con las riadas, que causan enormes daños personales y materiales", añade Nacho Aransay.
Marruecos es, sin duda, un país de contrastes. Mientras que el 90% de su agua dulce se dedica a la agricultura, muchas mujeres han de caminar durante horas para llenar sus cántaros de agua potable. Para mejorar esta situación, el Gobierno está desarrollando desde hace varios años infraestructuras para el abastecimiento de agua potable y el saneamiento tanto en el medio rural como en el urbano.
Y seguimos con contrastes. En ciudades como Ouarzazate, Agadir y Casablanca se utilizan ingentes cantidades de agua para el riego de campos de golf, anunciados a bombo y platillo para los turistas que viajan a Marruecos, unos ocho millones de personas en 2008.
Una paradoja más si se tiene en cuenta que el agua que no se utiliza para la agricultura es conducida directamente a las urbes, donde acaba contaminada por los desechos domésticos que se abandonan en medio de la calle, a falta de un sistema eficaz de recogida de basuras. Consciente del problema, el Ejecutivo marroquí lanzó en 2007 un ambicioso Programa de Desechos del Hogar, con un presupuesto de 37.000 millones de dirhams hasta 2022. El objetivo: reducir los vertederos incontrolados (un auténtico paraíso para los millones de cabras y ovejas del país) y aumentar el reciclaje de la basura (hoy sólo se procesa el 2%).
Desechos urbanos e industriales que se vierten al suelo, a los ríos y también a los frágiles humedales costeros, que albergan especies protegidas. "Marruecos ha exportado el modelo urbanístico de la España de los sesenta, eligiendo las mejores zonas costeras para la construcción de hoteles", denuncia el responsable de SEO en Marruecos. Una urbanización salvaje como la de Agadir, donde en uno de los extremos de la playa, y a escasos metros del parque nacional de Souss-Massa, se están edificando varios hoteles que enarbolan la bandera de "ecológicos".
"La presión por construir dentro del parque es muy grande. Hace poco querían levantar hoteles con capacidad para 3.000 camas", afirma Mohamed el Bekkay, director de este parque nacional, el más importante de los 12 que existen en el país. "Nuestro desafío es conjugar la conservación de la biodiversidad con el desarrollo humano como garantía de futuro", añade. Este espacio se protegió en 1991, debido, sobre todo, a que albergaba la última colonia silvestre en el mundo del ibis eremita (Geronticus eremita), especie en peligro. Dentro de las 33.800 hectáreas de Souss-Massa viven también más de 5.000 personas de la agricultura y la pesca sostenibles. "Generar recursos económicos para la población es la clave", comenta Mohamed el Bekkay.
0 comentarios realizados :
Publicar un comentario