Los dos núcleos de población del oso pardo que subsisten en la
cordillera Cantábrica –el de la zona occidental, entre Asturias y León, y
el de la zona oriental, entre Palencia, Cantabria y León– están incrementando cada vez más su conexión.
Cada
vez hay un mayor intercambio genético de estos núcleos, lo que coincide
con un aumento de las osas reproductoras en el área oriental. Las dos
poblaciones cantábricas del oso pardo “están más conectadas en la
actualidad que en cualquier momento de los últimos 100 años”, concluye
un informe de la Fundación Oso Pardo que publica la revista Quercus.
La población del oso pardo en la cordillera Cantábrica se
estima en unos 250 ejemplares, de los cuales algo más de 200 se mueven
en el sector occidental, y el resto (unos 40), en el área oriental. En
2009, los expertos alertaron sobre el peligro de extinción que se
cernía sobre el núcleo oriental, dado el escaso número de osas con cría;
en 2013, se dio por finalizado el estancamiento de esta población, y
ahora los datos de los últimos tres años invitan al optimismo.
“Hay un aumento de las hembras con cría en la zona
oriental, según muestran los censos que realizamos desde 1989. Nunca
antes habíamos tenido tantas osas con cría”, dice Guillermo Palomero,
presidente de la Fundación Oso Pardo.
A finales del siglo, los censos en la zona oriental
detectaban una media anual de 1,2 hembras con cría, cifra que ha ido
aumentando, de forma que se han detectado seis hembras con cría en el
2014 y otras seis en el 2015 mientras que “este año llevamos cinco”,
dice Palomero. Dado que las hembras suelen criar cada dos años, se
estima que hay al menos doce osas reproductoras en el sector oriental.
“Es una cifra modesta, pero nos llena de satisfacción a quienes hace
menos de 20 años veíamos a esta población a punto de extinguirse”, dicen
los autores del estudio (Fernando Ballesteros y Juan Carlos Blanco y el
propio Palomero).
En paralelo, los estudios genéticos han mostrado que cada
vez hay una mayor hibridación entre los dos núcleos de osos, aunque
siguen separados por las infraestructuras que unen la Meseta con
Asturias (la A-66 de León a Oviedo o el AVE, entre otras). “En sólo unos
pocos años, se ha pasado de una subpoblación oriental casi aislada a
otra en la que la mayoría de los individuos presentan ya la huella
genética de ancestros occidentales”, añaden. Mayor variabilidad genética
significa mayor capacidad de adaptación, menor vulnerabilidad a las
enfermedades y una mayor velocidad de recuperación de la especie.
Sin embargo, el intercambio genético se produce sobre todo
gracias a los ejemplares jóvenes que se dispersan, recorren el
territorio y cruzan hasta el sector oriental, mientras que las hembras
rara vez se mueven. En el sector oriental, estas se han expandido, pero
ampliando su distribución alrededor del núcleo original que sobrevivió
en los montes palentinos de La Pernía y Cervera del Pisuerga.
Los expertos dicen que no se podrá hablar de una
verdadera unión de ambos núcleos hasta que el corredor que los separa
esté poblado por hembras reproductoras, por lo que Palomero destaca que
hay que garantizar la conexión biológica entre ambas zonas (pasos
subterráneos, completar plantaciones de bosquetes...). Otra tarea es
combatir la mortalidad del oso que causan los venenos (usados en el
sector oriental para matar al lobo) o los lazos y las trampas puestos
para cazar jabalíes. “En la zona oriental, los enclaves naturales de la
Red Natura 200 no tienen planes de gestión en León, Palencia y
Cantabria”, agrega Palomero.
Fuente: La Vanguardia